Carro tirado por elefantes

El Camino de Aníbal

Jaén - Roma

18 de Julio / 7 de Agosto de 2003

 

Día 10 - Livia > Durban les Corbiéres

Domingo, 27 de julio de 2003

Salgo de Livia sobre las 8:00, un poco más tarde de lo que hubiera querido, ya que el empleado del hotel que estaba de guardia no estaba muy puesto en estas cosas modernas de pagar con tarjeta. Me abrigo un poco más de la costumbre previniéndome ante la bajada de los Pirineos que está ya cercana. Salgo del enclave en dirección Saillagouse tal y como he entrado, sólo el texto de unas señales de tráfico ('Vous n'avez pas la priorité', 'Cédez le passage') me avisan que ya piso Francia. La emoción es grande, ¡por fin estoy en el país que tiene fama de respetar al ciclista! Abandono ya para siempre el curso del Segre que tan fielmente he seguido desde su desembocadura hasta casi su mismo nacimiento y, siguiendo la N-116 francesa, enseguida termino de ascender los Pirineos tranquilamente, pletórico de fuerzas, hasta el Col de la Perche (1.579 m). A partir de este punto, la bajada es sensacional, lástima tener que hacer el molinillo por culpa de la avería dichosa. Hay que reconocer que en todo el trazado de la bajada de Pirineos no existe ni la más mínima rampa de subida, al contrario de lo que ocurre en la vertiente española. Atravieso parajes de increíble belleza, con fortificaciones medievales, zonas residenciales y campings, siguiendo esta vez el curso del Têt. La imponente cordillera deja paso antes de lo que quisiera a una vasta llanura, desde la que contemplo la muralla pirenaica. Poco antes de Prades la carretera de montaña se ensancha hasta llegar incluso a tener en algunos tramos dos carriles por cada sentido. Me detengo en un hotel-restaurante de carretera a tomar un segundo desayuno y me clavan 2,5 € por un zumo de bote, así que doy por terminada esta sana costumbre. Por cierto, que la cenicienta francesa que estaba fregando a su puerta era una verdadera preciosidad... y yo con esos pelos y ese tufillo... Desde entonces tengo a las francesas por las más guapas del mundo y como os imaginaréis, estoy matriculado este año en primero de francés. Porque esto del idioma es algo que nuestros vecinos chovinistas lo tienen muy claro, que el que quiera venir a Francia antes aprenda su idioma y además bastante bien, que ni se esfuerzan en entenderte. Prosigo la ruta y tras pasar junto a unos pequeños lagos tomo un desvío que me conduce al centro de Millas.

Ramal del Camino Francés junto a Millas

Allí abandono la carretera buena, el Têt y la falacia de que los conductores franceses respetan al ciclista. En el mismo cruce veo una señal que anuncia el paso de uno de los ramales del Camino de Santiago francés, qué curioso. En Millas no llego a detenerme, hasta ahora no había realizado apenas esfuerzo y hay que aprovechar las primeras horas del día, así que cojo la estrecha D-612, pintoresca según la guía de Campsa, que lleva hasta Estagel. Todo con tal de evitar llegar a Perpignan y sus previsiblemente peligrosos accesos. Mi pintoresca carretera resulta ser un rompepiernas de primer orden. Los 14 km hasta Estagel se me hicieron eternos por culpa de la concurrencia de los peores enemigos del ciclismo: cuesta, calor y viento. Lo único positivo era la tranquilidad del lugar, abandonado prácticamente a los muchos ciclistas que me encontré y que en uno de sus puertos tomaban un desvío a algo llamado Latour-de-France. Los más simpáticos, que eran bien pocos, se limitaban a dirigirme un impersonal 'bonjour' al cruzarse. En Estagel paro a descansar unos instantes y aprovecho para comprar agua, zumo de naranja y pastelitos, que en su conjunto resultan más baratos que el zumito con la cenicienta. En la misma salida del pueblo tengo que detenerme otra vez a beber y comer algo, atosigado por el esfuerzo. Cada vez que paro, saco y guardo mil veces el plano, cuento otras tantas veces los kilómetros que quedan y memorizo los pueblos por donde debo pasar... demasiada carga psicológica para uno solo. Echo de menos a mis amigos, con ellos aquí sentado a la sombra todo sería distinto. Ya no puede quedar mucho para mi destino y reemprendo la marcha, tomando ahora la D-117 en dirección Quillán. A un par de kilómetros cojo la D-611, que como me temía resulta otra carretera 'pintoresca'. Nada diferencia esta región de nuestros paisajes mediterráneos más degradados. Al menos las rampas no son tan duras e incluso el cielo a veces se nubla, mitigando el calor. Estamos en pleno país de los cátaros, cuyos campos están plagados de viñedos y castillos. Paso por Tuchan y algunos otros poblados ruinosos, hasta que finalmente sobre las 15:00 llego a Durban-les-Corbiéres.

Durban les Corbieres, al fondo, castillo cátaro

A partir de Pirineos no tenía reservado el alojamiento, así que cruzo los dedos para encontrar pronto hospedaje y no tener que seguir hasta Narbona, todavía lejos. En la travesía del pueblo veo el cartel del hotel-restaurante L'Amandier, el único del pueblo. Aparco la bici y como de costumbre, no me preocupo demasiado de ponerle candado sino que simplemente tomo la riñonera en la que guardaba documentación, tarjetas y dinero. Con mi escaso vocabulario francés pregunto si tienen una habitación individual y el empleado asiente, señalándome un cartel donde figuraba el precio. El mismo empleado me deja guardar la bici en una especie de gallinero que tenían y me acompaña a la habitación. Por fin a descansar, esta vez por un poco más de dinero y en cambio sin el lujo al que me habían acostumbrado la hostelería española. Acostado, mientras estudio la etapa siguiente, decido abandonar en lo sucesivo las carreteras vecinales y buscar en lo posible carreteras más directas y llanas, no importe qué tráfico tengan. Por la tarde paseo un poco por el pueblo y sólo puedo contemplar el panorama de un pueblo perdido con olor a establo y con un castillo cátaro en ruinas. Es domingo y está todo cerrado, así que me quedo a cenar en el restaurante del hotel y tras pagar alojamiento y cena decido descansar.

Distancia: 135,22 Km Tiempo: 6:45:34 Vel. media: 20,00 Km/h
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